De cómo empezamos a ir a la playa
La Playa por Salvador Anton Clavé – Catedrático de la Universitat Rovira i Virgili
12.05.2020
Conservado en el Museumslandschaft Hessen Kassel (MHK), el cuadro La playa de Scheveningen, pintado en el año 1658 por Adriaen van de Velde, pintor paisajista holandés del Siglo de Oro, representa la playa seguramente por primera vez en la historia del mundo occidental como escenario para el ocio de los ciudadanos. El cuadro testimonia, probablemente, la invención de la playa como práctica cultural diferenciada tal como la conocemos en la actualidad.
Desde entonces hasta ahora la humanidad ha transformado el significado colectivo de la playa y lo ha convertido en un mito central del arte de vivir y de la experiencia colectiva. El año 1836, Charles Dickens en The Tuggs´at Ramsgate describe ritos, juegos, usos familiares e intereses generacionales. En el año 1918 llega la moda cuando se dan a conocer los vestidos de playa de Coco Chanel que acabarían por convertirse – en portada de Vanity Fair incluida en el año 1925- en símbolo de una práctica social de referencia durante el periodo de entreguerras. En años posteriores, en el 1948, es Pablo Picasso quien convierte la playa en un espacio para la imaginación con la conocidíssima fotografía del parasol en la que Robert Capa, el reputado fotógrafo de la Guerra Civil española y de la Segunda Guerra Mundial, lo retrata con su esposa, Françoise Guilot. Llegarían, después los Beach Boys, que en el año 1962 convierten Surfin’ Safari en la banda sonora de un escenario cultural, la playa californiana, que representa todo un estilo de vida. Desde entonces, la generalización de las vacaciones hace el resto y transforma la playa en uno de los fenómenos culturales más sensacionales de nuestro tiempo. Así lo interpreta en el año 1991 David Lodge cuando hace que Bernard, el protagonista de Paradise News, piense que, a causa de sus playas, el Mediterráneo se haya convertido en el centro del mundo de una manera tal que ni los primeros cristianos no lo podrían haber previsto.
Ciertamente, la playa simboliza como las personas imaginamos nuestra particular idea del paraíso. Sea Cambrils, Positano o Saint Tropez, la playa se ha convertido en sueño de un viaje imprescindible que hace retornar a los orígenes y ayuda a restablecer –a manera de simulacro- nuestros vínculos con la naturaleza. Lo destacan de manera magistral Lena Lencek y Gideon Bosker en su obra imprescindible The beach. The history of paradise on earth (1998) cuando dicen que “desde el Cabo de Antibes a Coney Island, desde Bora Bora a Santa Barbara, esta zona de transición entre el mar y la tierra representa el Nirvana”.
Definida por sus componentes escénicos -el mar, las olas, la arena, la brisa, el sol-, la playa es, de hecho, un paisaje espectacular donde se liberan de manera plena todas las estéticas de la sensualidad humana. Símbolo de bienestar donde salud, moda y relajación, se revelan a través de múltiples experiencias personales, la playa es, también para todos , un espacio singular de contacte corporal con la naturaleza. Así, ir a la playa se ha convertido, más allá de la relación ambivalente que actualmente tenemos con el sol, en un hábito cultural asociado a la interacción social, a la liberación personal o al disfrute familiar. De la relajación a la fiesta, del mirar al ser mirado, del reposo a la práctica deportiva, de la infancia a la tercera edad, la playa da respuesta a aquello que a unos y otros nos conviene en cada momento de nuestra vida y refuerza nuestra propia identidad personal a través de la comunicación y el hedonismo, la sociabilidad y la introspección, el juego y la experiencia, la acción y la creación, la experimentación y la conciencia de distinción.
Percibida, reconocida y utilizada como un espacio extraordinario por millones de personas cada año, la playa, muchas playas, se llenas y, con mucha seguridad, seguirán llenándose durante muchos años más. Tal vez porque, tal como dice el poeta Vicent Andrés Estellés en su poema Aquest mar que sabem (1981), la playa, cada playa, nos hace sentir que “volveremos otro atardecer y todo será distinto”.